lunes, 19 de septiembre de 2016

Estoy gorda.
Cuando empezó todo esto no me creía gorda, solo quería ser más delgada. No lo era lo suficiente. Y no era estúpida, me daba cuenta que bajaba de peso y estaba más flaca. Ahora siento que estoy tan gorda como al principio, y creo que gané peso y cada caloría se sienten como mil pero no puedo dejar de comer. Hacer ejercicio no debería significar más espacio para comer, debería quemar más de lo que ingiero. Ahora 42 kilos podrían ser 46. Aunque siendo honestos, más que 42 son 43, y si sigo así serán 44 y 45 y 46 y 47 y 48 y 49 y 50 y no quiero. No quiero engordar. No quiero comer. Quisiera vomitar, pero no habría forma de ocultarlo. Lo único que puedo hacer es evitar comer lo más posible y rezar por que eso no se transforme en un atracón de media noche.
Los otros dicen que como poco, que estoy más flaca, y yo lo único que veo es lo flácido de mis muslos y de mis brazos y la grasa que se me acumula en el torso, en la espalda. Cualquier aperitivo se siente demasiado, los almuerzos muy grandes y las cenas incontrolables.
En el cuerpo de cualquier otro no importa, pero en el mío solo lo vuelve más asqueroso e indeseable.
Estoy gorda.
Pasé tanto tiempo intentando convencerme de que no significaba nada malo, pero en mi cuerpo lo es.

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